Se cuenta que el señor Labidalle, profesor en el pueblo de Retjons, buscó refugio en el coro de la capilla en 1962 y se percató de la existencia de vestigios de pinturas antiguas bajo el yeso.

 

En realidad, parece que el descubrimiento tuvo lugar con anterioridad, a cargo de un ingeniero de los ferrocarriles durante una inspección de la vía férrea que se extendía en las proximidades, y que informó del hallazgo a la Société de Borda.

 

Fuera como fuese, gracias al señor Labidalle, gracias al abad Bats y gracias al alcalde Eugène Capes, cuya acción permitió la resurrección de Lugaut.

 

Más allá del deseo de decorar la capilla, los frescos tenían otra finalidad: la de instruir. Este «tebeo» de la época ofrecía a los parroquianos analfabetos una lección de historia y de moral. Y como veremos entre otras en la escena de la Natividad, con una vertiente de manipulación a través de la imagen.