En 1968, a raíz de nuestra llegada a Retjons, descubro Lugaut y me rindo a sus encantos.
Consagré la práctica totalidad de mis vacaciones a desbrozar y limpiar el acceso a la capilla. Un amigo me prestó una máquina traída directamente de los Estados Unidos: una «desbrozadora». La herramienta de corte, en forma de triángulo, funcionaba como una sierra de cadena, nada práctica en un zarzal. Por fin, entre el peso de la máquina, sus vibraciones y, sobre todo, su tubo de escape sin protección, que parecía colocado a propósito para pegarse a mi brazo y quemarlo, acabé por recurrir al método tradicional de probada eficacia: hacha y sierra.
En 1969 alojamos a un equipo de los Monumentos Históricos cuyo responsable era el señor Kefélian. Lo respaldaba un investigador del CNRS (Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia) , creo que se llamaba Jean-Claude. Apenas media hora de caminata a través del bosque separaba nuestra casa de Lugaut.
Una vez libre de vegetación el interior de la nave, empezamos a decapar el suelo para sacar a la luz el pavimento original. Cada palada se examinaba y se tamizaba. A ese ritmo no terminaríamos en años. A menudo, por las noches, alargábamos la velada contemplando las estrellas. Fue durante una de ellas cuando «echamos un vistazo» al interior del coro. Así es como despejamos parcialmente una losa con una ranura periférica. Jean-Claude, investigador en el CNRS, nos explicó que ya se había topado con esa clase de «cosa»: se trataría de la base de un sarcófago cuya ranura servía para recuperar las secreciones y permitir que los peregrinos recogieran algunas gotas a modo de reliquia.
Mientras el equipo se ocupaba de tamizar el suelo, tarea que no me entusiasmaba, me ofrecí para ayudar al señor Cier (geómetra) y a Jean-Claude. El señor Cier hacía las mediciones y dictaba las cifras, Jean-Claude las anotaba y yo plantaba estacas y sostenía la regla. Así medimos la superficie y levantamos el plano de todo el cementerio y de los dos campos de abajo (el segundo hacia el puente de 25m está hoy sembrado de pinos).
Jean-Claude, por comparación con otras capillas, estaba prácticamente convencido de que bajo esta debía de haber una cripta: «para tener acceso al agua y poner a buen recaudo los objetos de culto si atacaban los bandidos». Por consiguiente, cavamos a lo largo del muro Este, por encima de la grieta. Afloraron indicios esperanzadores, pero faltos de tiempo y medios tuvimos que volver a tapar el agujero.
Al año siguiente no pude participar en las excavaciones, retenido por obligaciones militares, y por desgracia nunca he conocido el resultado de aquella campaña.
Hay que decir que, por entonces, la opinión pública y las autoridades locales parecían más hostiles que favorables al interés por aquellas piedras viejas y sus pinturas. En las escasas ocasiones en que tuve oportunidad de plantear la cuestión no recibí respuesta alguna, y eso en el mejor de los casos, dado que el tema suscitaba polémica.
Hace tiempo quise recoger algunos testimonios, pero lo fui dejando hasta que fue demasiado tarde, dado que los testigos ya no están entre nosotros. Pero aunque mis investigaciones no han hecho sino comenzar, he tomado la decisión de subirlas a la red a medida que vayan prosperando.
Patrick Delpy.